A todos nos importa el planeta.


Somos excelentes huespedes del mundo y nos preocupamos por él: nos concienciamos unos a otros sobre el cambio climático y la contaminación, reciclamos, ahorramos agua, reducimos emisiones, contribuimos a causas benéficas...

Pero parecemos idiotas. 
Parecemos idiotas porque en vez de cortar con uno de los principales problemas, nos dedicamos a poner tiritas a sus consecuencias. 

Ya en 2015 varios estudios determinaron que la industria agroalimentaria es responsable del 51% de las emisiones de gases de efecto invernadero a la atmósfera. La industria agroalimentaria, querido/a lector/a, es la responsable de producir la gran diversidad de productos cárnicos que hoy en día comemos a todas horas. 
También sabemos que sólo la ganadería es responsable del consumo de entre el 20 y el 33% de todo el agua potable del mundo. 
Según datos de la FAO, además, el 70% de cereales y granos cultivados en paises desarrollados están destinados exclusivamente al engorde de animales de granja. 

Parece mentira que tengamos los ojos aún tan tapados. Nos esforzamos en hacer pequeñas acciones en nuestro dia a dia que, por si solas, no suponen cambio alguno. Sin embargo, cuando se nos da el conocimiento y el poder de reducir la contaminacion, el gasto de agua potable y el hambre, nosotros preferimos seguir degustando algún buen trozo de cuerpo sin vida. 

Nos dan el poder de dar de comer a personas. Personas que están muriendo de hambre en este mismo momento en todo el mundo. Algo tan simple como reducir en un 10% la produccion de carne supondría tener suficientes vegetales como para alimentar a 60 millones de personas. Pero a nivel mundial la sociedad sigue eligiendo el consumo frenético de carne. 

No nos engañemos, no nos importa el planeta. No nos importa nada, al parecer ni siquiera nuestras vidas. Pensamos que el ser humano es inmortal pero estamos destrozando todo lo que nos permite seguir respirando. Os recuerdo que solo tenemos un planeta, y que más allá del cielo celeste que vemos sólo hay vacío y oscuridad. Los recursos no son infinitos como creemos, los estamos acabando. Romper el delicado equilibrio de nuestra madre naturaleza nos va a salir caro. 

Y ojalá os diérais cuenta, pero sois demasiado egoístas. 




Natalia Villanueva Roldán