A ti, mujer

 

A ti, mujer.

 

En un lugar de la mancha. Marzo-2024.

Es una noche fría. Manuel, sentado, frente a la estufa que preside un semisótano plagado de recuerdos, se levanta y se acerca a una de las capachas para extraer un tocón. El fuego, está decayendo. Es una noche plagada de tristeza. No es capaz de sustraerse del vacío, que en su vida le dejó su perro. Cuando se fue, la soledad se adueñó de él, y aún no ha sabido rellenar el hueco que su amado compañero de vida, le dejó en su corazón.

Se ajusta la bata y vuelve a su sillón. La magia que expanden las llamas, a través del cristal de la chimenea le encandilan. Sus hipermétropes ojos se entornan. No se desvían del hechizo que desprende el fuego.

 

“Aun no estoy cansado de vivir, y recordar, me es grato. Pero siento, que a veces me fallan las fuerzas. Puede que sea un hombre desilusionado en el amor. Pero no deseo que aquella historia vuelva a suceder”.

 

***

Pamplona. Marzo-1998

Una noche cualquiera: 3.30 de la mañana

 

Eran años de terror, de miedo, de lloros, de lucha por la supervivencia. Y sin imaginarlo, ella, se cruzó en su camino.

 

Los componentes del coche camuflado, vigilaban, la noche oscura. Atolondrada de penumbras, turbulenta y de oscas sombras, donde escocia el aire. Un sirimiri cansino les acompañaba en su patrullaje. La emisora, resonó en el interior del vehículo. A los componentes de la patrulla les destruyó el aburrimiento de la noche.

_ K-80, diríjanse a la calle 23 – numero-8. * Allí les estará esperando una persona. Saldrá del portal en el momento que paren su vehículo frente a él.

Los dos policías se miraron con cara inexpresiva. Joder, exclamo Manuel, estamos en una noche en la que se nos dijo que máxima atención por un posible atentado, y nos mandan ahora a trasladar a una mujer amenazada por su marido al trabajo, el jefe de sala, me lo comunicó en persona. Con ojos atentos y oídos expectantes, ante cualquier movimiento sospechoso en su camino, se dirigieron con el sigilo acostumbrado, a la dirección indicada por la central del 091.

Que se encontrarían. Los componentes de la patrulla se miraron, con cara interrogativa. Desfilaban los duros años de plomo, pegados al cuerpo, como una segunda piel. El terrorismo, de unos hombres sin alma, les acechaban en cualquier esquina.

Una sombra acurrucada bajo un soportal, les hizo una señal al ver al coche parado frente a él. La capucha, le tapaba casi la totalidad de la cabeza. Manuel, en la semioscuridad, observó que lo que se entreveía de su cara, era un dolor inconmensurable de sufrimiento.

Ella, con un único y lacónico sonido gutural que partió de su garganta, les recibió y despidió con una sola palabra: gracias. Ellos, sintieron el agradecimiento sincero que brotó de los labios de esa mujer. Se apeó despacio, nerviosa, mirando a los lados. Y desapareció entre la arboleda que acurrucaba un edificio solemne, donde se acumulaban grandes dosis de cultura del pasado, y se formaba y esculpía con ímpetu y frenesí, en la sapiencia del presente. Ella, una mujer de nula vanidad, conservaba sus muebles y los pisos, centelleantes de brillo, con su sudor y sus lágrimas.

_ Has visto. Miré a mi compañero. Se le adivina una cara de virgen del románico. Colmada de tristeza, y cubierta de dolor.

Manuel no obtuvo respuesta. Su acompañante son un monótono gesto, encogió sus hombros. Pero ambos, compartieron la felicidad momentánea de esa mujer de rasgos duros como la madrugada. Y siguieron auscultando la noche, entre penumbras. Custodiando unas calles y a sus gentes en las que, en cualquier momento, un enemigo invisible, les podía borrar su tenue sonrisa. Los nervios, volvieron a recorrer el interior del vehículo, donde se percibía aun, el olor dulzón del perfume de la mujer.

_Hijos de puta, no nos dejan vivir. La tenebrosa noche se envolvió de los lamentos de los dos vigilantes. Ella, ya está a salvo por esta noche. Ahora, nos toca a nosotros terminarla sin novedad. Pero saldremos de esta y de muchas más, le aseguró Manuel a su compañero. Ya sabes, macho, hay que vivir el día a día. ¿o no? Y de nuevo, su afirmación quedó flotando en el aire, sin obtener respuesta. En una Itinerante, y tumultuosa noche de escalofríos opacos.

 

***

Hasta que un día cualquiera, Lourdes, que así supo Manuel que se llamaba aquella mujer, se volvieron a encontrar de nuevo, puede que el destino los tuviese en pausa. Manuel, observó terror en unos ojos que le parecieron plagados de tristeza y que rezumaban un sufrimiento continuo. “Están, cansados de llorar”, pensó. Y pretendió que recordara aquella noche de un mes de marzo, plagado de lluvias, cuando la vio por primera vez.

_ No recuerdo a nadie, contestó Lourdes. Aquellos días y noches aciagas de dolor, solo pensaba en salir viva de un torturador que en todo momento me tenía bajo sus pies. Intuía que el odio y su orgullo seguían vivos. Solo pensaba en desempeñar mi trabajo duro y cruel, sin ninguna otra ayuda que la de mis manos, cada día mas encallecidas.

Y le detalló que fue humillada y maltratada durante demasiado tiempo. Que en la cama eran tres: su torturador, ella, y un cuchillo de dimensiones profundas, que él, usaba para amedrentarla, si se oponía a sus innobles deseos sexuales, cuando la habitación olía a sudor, podredumbre y alcohol. Y que ella doblegaba su cuerpo, entre oscuros pensamientos, e internos vómitos. Y así, transcurrieron sus llantos silenciosos, durante demasiado tiempo. El dolor, tardó años en mitigar el sufrimiento de su cuerpo, y el de su corazón, marcados por cicatrices invisibles, que aun perduraban.

Y Manuel, decidió acompañarla en su dolencia diaria.

Y ella, un día comenzó a escuchar en libertad a las golondrinas con sus cantos al amanecer, y sus trinos delirantes. Y escapó del submundo aterrorizante y pérfido al que fue sometida, al lado de un hombre sin coraje, ternura ni devoción. Y renunció a la vida, por no ser “valiente, y consentir”, ser una mujer subyugada y cobarde. Fue una dura agonía, le narró a Manuel. Pero su compañía, el tiempo, y la lejanía de su verdugo estaban haciendo su efecto.

***

Costa del cantábrico. Julio-2001

Y por un pequeño tiempo, ambos se alejaron de los traumas diarios. Y olvidaron el día a día, e intentaron soñar que estos no volverían. Y el período apenado pasó. Y ella, comenzó a desgajar su corazón entumecido.

El pueblo de la costa cántabra, acumulaba calas abruptas y escondidas donde soñar. Y playas de olas burbujeantes que las adornaban al romper, contra sus arenas rojizas. Que, a ellos, les sirvieron para relajar sus mentes y descansar sus cuerpos, heridos por tanta violencia. El, a su lado, se afanaba en hacerla sonreír. Ella, aun con una mueca levemente triste en sus labios, lo acariciaba. Entre abrazos le recordó aquella noche que lo volvió a ver. Y sus ojos se clavaron en los de él, con una sonrisa agradecida.

_Gracias por ser esa alma sensible y clemente que “Alguien “puso a mi lado.

Y Lourdes, le lanzó un abrazo profundo y sin acongojo. Y un mimo suave de los sus labios, quedaron plasmados, al besar los del hombre que la había acompañado en silencio, durante esos años de su caminar dolorido.

_Ya pasó. Manuel la atrajo a su lado y volvió a abrazar.

_Si, pero los recuerdos a veces me persiguen atormentándome. Y de nuevo, sus ojos, le atosigaron de gratitud. Y ella, le envolvió con sus caricias.

Y se engancharon al amor

***

En un lugar de la mancha. Marzo-2024.

Una noche cualquiera: 1.30 de la madrugada.

La cara ajada de un hombre, en un invierno deslucido y aburrido en el tiempo, sentado, cercano a una lumbre mortecina se vuelve a trasladar en el tiempo. El, ya, con años surcados y vividos, con su rostro plagado de arrugas deslucidas, pero en plena, y lúcida vejez, la vuelve a recordar. Y con sus recuerdos imperecederos, y con la objetividad que da el tiempo, sus remembranzas vuelven aquellos años de madurez calmada.

***

“Lourdes tenía unos ojos claros. Una mirada despistada. La sonrisa aturdida, triste, y enigmática. Un pelo rubio y lacio, y un caminar sereno, que, a él, le indujeron a desear verla de nuevo. Y los años junto a ella transcurrieron felices, hasta que, de nuevo, resurgió el terror de los hombres sin alma. Y la férrea voluntad de Manuel de seguir a su lado se resquebrajó. Y él, se ahuyentó del amor. Manuel, en una despedida no deseada, y con el mismo tono lacónico de aquella noche de marzo, cuando la conoció, rozó sus manos a las de ella.

_Gracias por estos años de felicidad Lourdes.

 Sus manos aferradas no deseaban soltarse. Ambos sabían, que no volverían a entrelazarse.

 Y así sucedió.

 Manuel, se levantó de su cómodo sillón, situado frente a la chimenea, para atizar con la   badila una ya, lánguida lumbre. Se atusó de nuevo la bata a su cuerpo, se agachó y de nuevo   las ascuas prendieron unos secos tocones de encina. En ese momento, los recuerdos se dispersaron como el viento que se aleja de una costa abrupta, para adentrarse y acariciar un mar en calma.

Con gesto de un suave beso, a través de sus labios, se despidió del cuadro con la foto de su perro, que preside una de las paredes de su rincon favorito, y se adentra en su dormitorio.

Toca dormir. Mañana he de tener una cara alegre. Voy a experimentar una cita a ciegas” Sus labios se esforzaron en una leve mueca, de aparente sonrisa

 

***

 

El restaurante estaba situado en la parte naciente de la ciudad. Era de esos que destilan capas de modernidad.

A Manuel, no le dio tiempo para saborear la cerveza que una amable camarera le había puesto sobre la barra. Cuando escuchó a su espalda una voz.

 

_Hola. Soy Sagra, se presentó. Un pantalón ajustado y una blusa rojiza llamaron la atención de el

Manuel, le retiró la silla de color nogal, situada frente a una mesa preparada con dos cubiertos. La invitó a sentarse. Ella, con un giro de la cabeza, se lo agradeció. Se miraron, sentados, uno frente al otro. Él le adivinó un cuerpo frágil, detrás de unos ojos color cielo, pero de una tristeza degradante, que no dejaban de examinarlo, pero que le enriquecían una sonrisa mortecina. Tras una mirada reflexiva de uno, e interrogante del otro, brindaron con una copa de vino, por su futura amistad. Ella, posó de nuevo la copa en la mesa y un suspiro profundo le brotó de su garganta.

_Sabes Manuel, he sido humillada y maltratada durante demasiado tiempo.

Y  descubrió en aquella mujer, una sonrisa de desprecio hacia sí misma. Cerró los ojos. Posó los codos sobre la mesa, y entrelazó las manos bajo su barbilla. Sus pensamientos “volaron” de nuevo a Pamplona, hacia aquella noche aciaga que conoció a una mujer con el rostro cubierto y la cara llena de tristeza. Recordó a Lourdes, y aquellos ya años lejanos, pero sumidos de dolor.

***

 

Un día cualquiera de Abril.

Sentado de nuevo frente a una lumbre incandescente, Manuel, se frotó las manos ya recorridas de arrugas. Su mente, no le permitiría volver aquellos años de dolor y sufrimiento ya olvidados, y que deseaban volver a resurgir.

Me salve de unos años sumidos en el terror. Y no deseo retornar al amor.

Los años de dolor, aunque nunca olvidados, ya pasaron. Ahora, solo queda envejecer con modestia y en soledad. Viajaré en unos días. Puede que ese perro abandonado, por la maldad que los hombres llevan pegada a su piel, me devuelva la alegría. Los humanos, no hemos avanzado.Y con Sagra, la historia vuelve a repetirse". 

 

Manuel sudoroso, se despierta con brusquedad: Siguen volviendo las pesadillas

Manu & Klaus

 

  • Las calles estaban divididas en claves por seguridad.