Atando al diablo

 

Atando al diablo

 

Recorrí con la vista el pequeño jardín que adornaba la entrada de mi casa. Unas amapolas habían florecido junto al estanque.

Atardecía, y el sol se despedía de las flores del jardín. Yo observaba sentado al lado de unas calas amarillentas. Mi mente se evadió y quise recordar los años de mi niñez. Acaricie con unos bruscos dedos mis mejillas y estos se pasearon sobre una barba silenciosa y triste.

***

Y acaecía el mes de las flores. Cuando los campos verdes relucían, llegaba el día esperado que mi maestro Don Ángel, siempre el Don por delante, nos hacía llevar un pequeño bocadillo a la escuela. Mi mamá conocía mis gustos: un trozo de pan con una onza de chocolate. Ese día iríamos a un campo cercano para atar el diablo.

Y renqueantes con nuestros pantalones cortos y el bocadillo debajo del brazo, comenzábamos a caminar. Al final del camino veíamos los campos adornados por el color estridente de las amapolas rojas.

 

-Os voy a explicar el milagro de la vida: sentaros, niños: Y nosotros con nuestros pantalones cortos, y ojos de besugo saltones, atentos e impacientes, esperábamos que el maestro Don Ángel, terminase su explicación con nuestro bocadillo deseado ser saboreado por un incipiente apetito.

Y Don Ángel empezaba. Señalaba entre el sembrado la interminable manta de flores rojas.

- Esto son amapolas, nos decía.

Con los ojos entornados y la mirada abstraída. Con la boca entreabierta lo escuchábamos con ansiedad reconocida.

Y el día comenzaba a nublarse, y las golondrinas comenzaban a hacer ostensible su bello vuelo bajo la prominente lluvia, exhibiéndose ante un entristecido sol.

 

Y mi maestro proseguía:y los pétalos de las flores rojas, con su arraigada esbeltez, esperan impacientes a que el pistilo y el estambre, que estan bajo su custodia, le concedan permiso para que lo fertilicen.  

Y nosotros escuchábamos unas veces atentos, y otras distraídas, sentados sobre las piedras de la linde de la finca. Nerviosos. A veces sin entender nada.

Y Don Ángel seguía con sus explicaciones extendiendo sus manos hacia el campo florido. Y de su placentero rostro exhibía una sonrisa que nos contagiaba a todos.

Cuando el sol volvía de nuevo a irradiar con su luz nuestras caras y expandía sus rayos por el campo de amapolas, los pétalos abrían sus finas pestañas y debajo, semiescondidos aparecían el pistilo y el estambre. Y entre ellos se producía el milagro de la vida.

Y mis ojos de niño detrás de unos gruesos cristales apoyados en una moldura de nácar, veían aparecer bichitos voladores que pululaban alrededor de mi duro asiento. Esperando intranquilos el momento de su exquisito manjar. Y yo, rodeado de radiantes amapolas solo observaba con cara placentera. Y los bichitos entraban y esparcían el dulce néctar que ya habían fabricado los órganos internos de las dulces flores. 

 Y entre entrecortadas miradas, a mi maestro y otras fugaces a los bichitos rondadores.  Don Ángel, mi añorado maestro, nos explicaba el milagro de la vida.

Cuando el sol comenzaba a dejar de saludarnos, nuestro mentor nos recordaba que no podíamos abandonar el campo sin haber atado al diablo.

Y nosotros como niños de provecho nos esforzábamos en intentar hacer un nudo a cualquier tallo de cebada que nos encontrásemos alrededor de las incontables amapolas rojas.

Deber cumplido.

Con cantos infantiles, y con el estómago atiborrado de pan con chocolate nos dirigíamos de nuevo a la escuela.

***

Deje la silla reposando en el jardin. En el pasillo de la casa me enfrenté a un espejo que descansaba a los pies de un cuadro que representaba la figura de un galgo flaco y triste. El espejo me devolvió una figura de un hombre entristecido, canoso, viejo, solitario. La vida había pasado, dejando su rastro en formas de surcos sobre mi cara de niño.

Y por un instante mis recuerdos volvieron aquellas tardes que jugábamos a atar el diablo. Y recordé a mi maestro Don Ángel

Y volví al ya soñoliento jardín. Acaricié al pequeño olivo que me saludaba cada mañana con su olor, y me senté a sus pies. Cerré los ojos y por un instante quise volver de nuevo al interior del vientre de mi añorada madre.

 
 

Ya no me queda tiempo para volver una mañana de primavera a aquellos campos plagados de amapolas, donde mi maestro Don angel nos llevaba a a atar el diablo.

Ya solo me queda vivir de recuerdos….y esperar

 

Manu & Willy