Camino Griñon
CAMINO GRIÑON
Nunca fué un niño mimado.
Madrugó, la mañana era limpia, tranquila una de esas de domingo para pasear, pensar y recordar. “Volvería a su niñez”.
Antaño luciendo amapolas mezcladas con margaritas, huertas con canjilones, hortelanos con azada al hombro y sonrisa en los labios. A veces aves migratorias saludaban al paso en su devenir caminero.
En el momento de empezar a recorrer el camino, plagado de rampantes y escabrosa flora seca. Este comienza a ser tedioso. Falta el trino de los pájaros y sonidos que alegren el cansado caminar. Las huertas lucen abandonadas.
Afloran los años de inocencia. Nunca olvidados
En más de tres décadas no ha vuelto a transitarlo. Los recuerdos comienzan en su mente a apretujarse por querer salir. Esta vez no pedaleaba, era diferente, lo hacía a pie, despacio, pensativo, recordando aquella inocencia ya alejada de su memoria.
Un triste y no muy lejano recuerdo para su padre fallecido. ¿Cuántos Domingos recorrieron juntos en bicicleta esa senda? Ya ni lo recuerda, la memoria flaquea, pero fueron tantos...
Eras tiempos de azahar de azucenas, de amapolas de saltamontes entre viñas y cantos de grillos. Eran tiempos de niñez.
Añoraba también aquella primera bici verde que le regalaron, adornada con cintas que colgaban de los puños. Estas las mecía el viento repartiendo los colores de las mismas a su antojo.
Un camino de pocos kilómetros que a el se le hacían interminables separaba el pueblo de la ribera del rio. Allí cultivaban un extenso huerto. Agraciados de árboles frutales, y hortalizas de las más exquisitas variedades.
Eran tiempos difíciles. Pero el trabajo incansable daba sus frutos. El mismo surtía a toda la familia.
Cada fin de semana que trascurría a ese niño se le hacía más perezoso levantarse a esas intempestivas horas de la madrugada.
Cinco treinta de la mañana de un Domingo cualquiera. Con la luna atenta para saludar a quien se atreviese a romper la calma de la noche de la que ella era su máxima guardiana. En su bicicleta comenzaba su aturdido pedaleo.
Su padre le daba a elegir: ¿Azada, o azadón?
Un camino que le parecía interminable. Se le hacía más ameno, pensando en la lujuriosa comida que en unas horas compartiría con su progenitor darían buena cuenta en unas horas: pisto y chorizo rebozado al vino, que su madre les había preparado la noche anterior. Después de una mañana trabajosa.
Esto le hacía pedalear con más brío. Pero jamás logró alcanzar a su padre, por mucho empeño y esfuerzo que pusiese en tal hazaña. Seguía con atención la luz del faro de la bici, cuando la luna dejaba de regalarle sus esplendidos haces de luz. Esta se ocultaba entre las nubes parpadeantes de algún día lluvioso. Entonces el camino se hacía más dificultoso, los baches arreciaban.
Ese día después de años, caminaba reflexivo, una mirada al infinito cielo, desde donde su padre estaba seguro lo observaba. Con el, de vez en cuando “compartía” amenas charlas, sobre como lo pasaban y sufrían para extraerle a la tierra sus más exquisitos frutos.
Agotado de la semana por los interminables viajes repartiendo mercancía, su “hobby” en el fin de semana: Su caña.
¿Mereció la pena tanto trabajo?.
Si. Supo lo que era trabajo constante y esfuerzo duradero.
Manos de chiquillo encallecidas. Esfuerzo de infancia.
La recompensa; Al final de la jornada, las alforjas de las bicis recorrían el camino de vuelta atestas de las más exquisitas hortalizas. Y al llegar a casa. Lo más gratificante; La sonrisa agradecida y permanente de su madre.
Y los ojos de él se dirigen de nuevo hacia ese cielo deslumbrante. “Descansa papa. Voy a ver la huerta. Tu caña. Cuanto queda de ella, si sigue siendo un vergel”.
Y siguió recorriendo el camino que tantos recuerdos le traía. E inmortalizando a su eterna compañera de noches cálidas, de verano y algunas también de invierno. Esa sublime luna
Al final la diviso. Allí, carcomida por el tiempo, olvidada de los años en los que recibió mimos y sudor reverberante.
Fueron años, de infancia, juventud, esfuerzo y porque no, alguna que otra fantasía extemporánea.
Y el recuerdo vuelve, así, como las lágrimas eternas que se le derraman por esas mejillas, ya ajadas de años y alejadas de aquella adolescencia.
Ya de vuelta por el camino, desconsolado, retoma su mirada al cielo.
-“No volveré nunca más donde contigo en mi niñez, pase momentos para no olvidar”. El tiempo deja huella, una profusa estela…A veces de desconsuelo.
Un beso papa.
Y saluda a su madre de pelo canoso y ojos de nostalgia.
Mama. Vengo de la caña. Dolorido.
Resplandece en su marchitez. Está tristemente abandonada, ya no produce hortalizas.
Hijo no te entristezcas esos tiempos de niñez pasaron. No volverán
Serena sonrisa
Indoblegable como las olas contra las rocas
Hierro inflexible, arena al viento
Trabajador insufrible
Hombre cabal
Velada austeridad
Ejemplo a seguir