La cerbatana
La Cerbatana
Despotricaba en su interior, pero todos los días con puntualidad meridiana, accedía a su sillón nada confortable para realizar ese trabajo tan rutinario, que algunos calificarían de impropio, para todo un licenciado en derecho y especialista en criminología.
Y como cada mañana, comenzaba a repasar y a ordenar todos los recortes, diligencias y expedientes que se habían ido acumulando el día anterior en su mesa.
Aquella mañana recordó su primer y único caso resuelto oficialmente. Extrajo la llave del bolsillo y abrió el cajón de su mesa donde guardaba cientos de noticias relacionadas con robos, asesinatos y violaciones. Si alguna vez era registrado este, nadie sospecharía. Como jefe del archivo de la Jefatura de Policía, tenía acceso a toda aquella documentación.
Buscó de nuevo en su particular álbum el recorte de periódico de unos ocho años atrás.
“Tras una ardua, eficaz y brillante investigación, detenido el pederasta, hijo de un dirigente político”
Recordó aquel juicio donde se extraviaron pruebas por arte de birlibirloque, y por lo que la pena se redujo de forma drástica, siendo sólo condenado por abusos, y no por violación.
A los dos años, el condenado ya gozaba de libertad condicional. Pero seguía siendo el mismo ser aberrante y abyecto. Y apenas salir de prisión, de nuevo engañó a un menor, lo violó y después asesinó.
La cúpula policial, totalmente política, no le perdonaron que la investigación hubiese sido irreprochable. Y tras su primer caso resuelto, fue destinado a archivos de la Jefatura, donde se pudriría en su destino administrativo, como le predijeron. Absolutamente nadie alzó un dedo en su defensa.
Pero él tampoco perdonaría. Decidió convertirse en policía, juez y verdugo. Y a partir de ese momento emitiría justicia divina.
Los cursos realizados en el propio cuerpo de Policía le dieron acceso a ser un gran conocedor de los ordenadores. Y con la ayuda de un gran amigo, se transformó en un habilidoso hacker.
El ordenador le remitía una alarma que solo él podía deducir. Estaba programado para ello. Un posible objetivo. Dos años esperando. Era paciente. El individuo llevaba meses en libertad, y era el momento para actuar.
Espero que finalizara la jornada. Amablemente, se despidió de los compañeros. Una vez en su casa, le cambió el semblante; era hora de actuar. Unos mínimos retoques en el baño y listo.
Aquella mañana se vestiría para aquel momento, se pondría el traje, como todos los días que se disponía a realizar un sacrificio. Y Corbata azul cielo. Era su fetiche.
Iría a la iglesia a escuchar con devoción la palabra de Dios, pediría perdón por la acción que se disponía a realizar. Repasaría memorísticamente los mandamientos, pero al llegar al quinto, No matarás, se le agarrotaría el cuerpo y su corbata favorita le exprimiría el cuello. -¿Haría bien?- Tras la extemporánea duda, se auto-convencería y seguiría recitándolos hasta el final.
Vida por vida, se diría.
Concluida la ceremonia religiosa, se persignó, se colocó perfectamente la corbata y salió.
Continuamente en el interior de su bolsillo, la rozaba. La cerbatana ocultaba una diminuta cápsula, llena de un indetectable y mortífero veneno.
Se desternillaba al recordar los tiempos del Instituto. Entre clase y clase aprendió a usar la funda del bolígrafo BIC como cerbatana. El cuello de los que se mofaban de él, al final, aparecían plagados de pequeñas heridas sin éstos saber -nunca lo supieron- de dónde provenían los minúsculos proyectiles, en forma de bolitas de papel.
En aquellos tiempos también se convirtió en un experto e ilocalizable tirador.
Ya era domingo; el mejor día para realizar el sacrificio. Conocía perfectamente el lugar y los movimientos de su víctima. Lo había vigilado durante varios días. Saldría a tirar la basura, sobre la media noche. Pasados unos cinco minutos de la hora planeada, allí estaba, en zapatillas; inconfundible, con sus tatuajes carceleros. Se alzó el cuello del abrigo, en Enero el frío aprieta. Volvió acariciar la cerbatana, la extrajo del bolsillo y con un disimulo exquisito se la acercó a los labios, pasó al lado de éste. Apuntó. En dos segundos la victima que había ido a buscar yacía en el suelo, al lado de la bolsa de basura. Sin exhalar ni un último suspiro, se derrumbó.
Se santiguó; acto seguido, sin dejar de caminar, eructó: “cabrón a tomar por culo, amanece en el puto infierno”.
Se sumergió en la primera estación del metro, que sabía todavía permanecía en funcionamiento. Desapareció en la oscura y fría noche.
Giró la llave de la puerta del jardín comunal, portal 21-A- 3º piso. Se liberó del bigote postizo, acto seguido lo quemó, las gafas en el cajón de la mesita del hall, se dirigió a la ducha. Se frotó bien el pelo, para que retornase a su situación estándar de rizado-rebelde y así desligarse de la gomina que se lo aplastaba hasta lo indecible. Ya no la volvería a usar en tiempo.
Whisky JB, televisor y relajación, peli de Charles Bronson. “El justiciero”. Su preferida.
No existía una rutina para sus sacrificios, como le gustaba llamar a sus ejecuciones.
Todos estaban archivados en la Sección de “SIN RESOLVER”. Algunos ya hacía más de diez años que los había consumado. Nunca se solventarían; a no ser que cometiera un fallo, cosa impropia en él.
Pasados varios meses después de su último sacrificio, el jefe de sección se dirigió a él.
- Archiva este expediente barbilampiño, en la Sección de “SIN RESOLVER”. Estamos en un punto marchito de la investigación del pederasta asesinado. Ni rastro, ni una simple huella. Este cabrón se lo sabe montar. La gente lo admira, es un héroe, el “joputa”. Sólo se carga, parece ser, a pederastas y asesinos de viejitas. ¿Sabes? Yo también lo admiro, me regodearía ser como él.
-Y desenmaráñate ese pelo algún día, joder, pareces un rapero.
-Que te den listillo.
Archivó el expediente junto los otros. Permaneció observándolos, desentrañando todos sus secretos. Todos rellenos de polvo, hacia ya años que descansaban en el sueño de los justos.
Y así seguirían Manu & Willy