MINA

             

Willy, esta es la historia de una galga y esta vez atiende; no te duermas,te gustará.

 

                   Nací en un pequeño habitáculo destinado para nosotros, los perros; mi dueño tenia miles, no miles de habitáculos, sino de perros, todo a mi alrededor eran ladridos pero era normal; éramos perros, era un sin-vivir constante, yo no entendía nada, pero creía que la vida era, y seria así, iba a estar incesantemente rodeado de eso, de ladridos; acababa de venir a este mundo, tenía un hocico alargado, ojos atentos y unas patas blancas para  un correr agraciado y grácil, muy ligero, para mi corta edad, según decían los que me observaban.

Bueno, no tendría mala existencia, mi vida; pensaba, seria y estaría rodeado de miles de hermanos de cuatro patas.

Era feliz; y mi comída era sabrosa, estaba continuamente envuelto de hermanos casi todos de mi edad, salíamos diariamente al campo, a correr; eso sí, siempre en una finca cerrada con alambradas.

Yo; a veces no entendía el porqué de estas vallas, nunca me escaparía, allí era feliz, solo me gustaba correr y correr.

Poco a poco fui creciendo y haciéndome cada vez más ágil y veloz, mi vida en la finca transcurría alegre y sin nada destacable que referir.

Solo que, de vez en cuando algunos hermanos míos desaparecían; bueno pensaba, ya habrán encontrado una familia y allí con ellos serán felices, ese es nuestro destino, pensaba.

Pero cuando deje, la finca donde nací, solo conocí el sufrimiento que me infringieron “los humanos”;  soy un galgo.

 

 

LA HISTORIA DE MINA

…..” Mira ahí están los dos” señalo mi padre, yo rasgué a llorar de emoción recordando……….aquellos años de mi infancia en el pueblo

“Mientras me quede un mínimo de  fuerza, si ella ya no puede caminar, la pasearé todos los días, aunque sea en mis brazos”…………recuerdo esta frase, de mi vecino ya vencido por las canas y los años, mirando a su más fiel compañera; Mina.

La “lucidez” que te dan los años desearías tenerla de “peque”; que diferentes se ve el mundo a tu alrededor, cuando eres un niño, lleno de inocencia.

Recuerdo que yo tendría unos ocho, nueve años cuando ocurrió todo.

 
 

Corrían los años setenta, yo era un crío, bueno no tan crío ya; En el pueblo donde nací y jugaba a las canicas con mis amigos, a cual mas marrullero todo era armonía, placidez, dulzura y en el verano, baños en la alberca; pero la felicidad de mi niñez  se vio pronto truncada.

Mi padre; sabio el, me dijo un día: Aquí no podrás realizar tus sueños.

Y entonces, después de terminada mi etapa “puebleril” mis estudios terminaron en lo que en el pueblo llamábamos  la capi.

Y con ilusión e hincando codos en la escuela donde curse mis estudios en regimen de interno, conseguí el sueño que siempre había deseado y que desde peque me gustaba; llevar uniforme.

Cuando evoco los recuerdos de mi niñez, remembranzas aun perennes en mi memoria, me vuelven mis lágrimas tantas veces derramadas por mi cara, ya con algunas suaves y no disimuladas arrugas, por los años transcurridos desde esa ya lejana y alguna vez añorada infancia.

Días placenteros aquellos de verano de pantalón corto, y flequillo a lo “tazón” en los que acompañaba a mi primogénito, cuando este me aupaba al sillín trasero de una maravillosa bici azul, la única de la casa, que aún se conserva.

¡Agárrate fuerte, me decía¡ y yo me agarraba y apoyaba mi pequeña frente en su, para mí, en aquellos años envidiable y fuerte espalda; y así me sentía seguro.

Y traqueteando en el sillín de aquella  maravillosa bici, yo era feliz, con un bocadillo de algo que se parecía al chocolate, y algunas otras veces con una “cata” de aceite que me preparaba mi adorada madre, así entre bocado y bocado de bocata de chocolate, o aceite con pan, llegábamos a una huerta de un amigo de mi padre. Nada más aterrizar de la bici, me dirigía corriendo a la maravillosa alberca, que a la sombra de la higuera estaba siempre llena de agua y preparada para regar las hortalizas, que ya por esas fechas estaban despuntado sus primeros frutos.

Los higos y brevas, los baños y Mina era la ilusión de todos los anhelados  veranos de mi niñez

Mi primer baño de verano era toda una delicia, la alberca, era una especie de piscina que usaban los hombres que prácticamente vivían, en y para el campo, todo el año. Usaban esta para tener acumulada agua para regar árboles frutales y sobre todo para que los tomates fuesen los más sabrosos del pueblo, o eso me parecían a mí.

Ahora, con el tiempo ya entristecido por tantos años caminados, pienso que aquellos fueron los veranos más felices de mi vida; y allí, conocí a Mina.

Como a todo hombre de campo al amigo de mi padre le gustaba la caza. Desde los ojos de un niño de mi edad admiraba lo que los perros hacían por su dueño, para estos él era su “Dios”. Le seguían, continuamente, no le perdían paso como se dice en mi pueblo, salían de caza, atrapaban cualquier conejo que se le ponía a su paso “azuzado” por el amo, le eran totalmente fieles, únicamente a cambio de algo de pan duro, los restos de la comida diaria y agua; así era Mina, ojos y lealtad  únicamente para su dueño.

Yo, desde mis ojos miopes, detrás de las gafas de pasta y limpios de maldad admiraba a la perra……y a su amo.

“Soñaba con tener una igual de mayor”.

¿Cómo se llama le pregunte un día? Mina me contestó, acariciándola.

Pero yo no entendía como la acariciaba  y casi todos los días cuando la veía volver con ella de caza, la ataba a un árbol y le pegaba paliza, tras paliza, la perra quedaba tendida en el suelo, a veces, la mayoría  con sangre, la dejaba así, sin comer ni beber.

Un dia cuando caminaba hacia la huerta, a degustar el agua limpia y fresca de mi querida alberca, a  la salida del pueblo, observe a Mina  con una pata entablillada,  salía como todos los días a darme la bienvenida, venia cojeando.

No entendí nada; pero tampoco pregunte.

Ahora con algunas canas batiendose por encontrar su sitio donde por naturaleza le corresponde lo entiendo todo.

 Y yo sufría y lloraba, sin entender nada con mis ojos de miope y aglutinados de tristeza.

La veía día tras día, mirada atenta, patas color nieve. Me bañaba y jugaba con ella en la alberca, cuando iba a la huerta, esta era todo cariño y puro nervio.

Adoraba a Mina, pero ya nunca dejo de cojear. 

Y un día cualquiera de baño de alberca, al no salir Mina a esperarme como lo hacia asiduamente,  la llame y no atendió; parece que esta de caza, pensé, pero pasaron los horas y no la encontré

Y pasaban los días y yo grite y grite mil veces, y  “asedie” recorriendo  la huerta en todos los recovecos que juntos habíamos descubierto.

 
 

Mina no apareció.

No la busques más chiquillo, ya no está, es vieja, así de conciso fue el dueño, cuando le pregunté por ella.

Mis ojos se atiborraron de lágrimas cuando le dije a mi padre que Mina había muerto.

 Mi progenitor me explico que no había muerto, que el dueño la había abandonado, lo hacen cuando ya no cazan, era costumbre en el pueblo y de muchos cazadores, la llevan, lejos, lejos, para que no pueda volver.

 Pero si era muy jovencita, yo la vi nacer, respondí.

 No sirve; sino caza; el destino de los galgos es ese, los abandonan, me volvió a repetir.

 ¡Iremos a buscarla, es mi amiga, y la encontraremos, le dije¡  con la extrañeza de un niño que  ya empezaba a entender que no todo en los hombres es bondad  y que también existía la  maldad.

 Mi padre todo comprensivo me llevo por lugares desconocidos e incomprensibles para la  mente de un niño. Pero él sabía que nunca la iba a encontrar, así estuvimos varios días, me  recorrí todos los sitios que bajo la inocencia de un travieso crio creía que estaría,  lugares,  recónditos, vi y pregunte a pastores, yo chillaba su nombre continuamente, varios días nos  “cayo” la noche  buscándola; mi padre ya cansado me dijo

 Olvídala ya, no la encontraremos.

 

Nunca lo hare, le respondí; sollozando como pocas veces recuerdo lo volví hacer.

Y mi tristeza era tan grande que ya rechazaba los bocatas de chocolate y las “catas” de pan con aceite, que mi madre me seguía preparado, como cada tarde de ese verano ya entristecido para mí.

Y deje de ir a bañarme, mi tristeza no tenía conclusión.

Un día se me ocurrió una idea que compartí con mi ciclista  padre.

Le regalare otra, tengo dinero en mi hucha, y un pastor ha tenido perrillos, le compraré uno.

Ni se te ocurra, tajante y serio  me contestó.

Mi cara de niño se entristeció y se volvió a comprimir de lágrimas.

Desde aquella tarde de su “negativa” mi padre me recuerda que la tristeza se me ha quedado “incrustada” en mi fisionomía.

Pero dentro de mi triste recuerdo, seguí bañándome en la huerta de aquel labrador amigo de  mi padre; yo, era un niño y como tal, actuaba.

Pero el verano ya no era igual de alegre que con Mina, y este estaba tocando a su fin, yo me acongojaba, pues  los días ya empezaban a entristecerse; el sol se ocultaba antes, los baños eran más cortos, estaba apenado, dolorido.

Un día, después de transcurrido  tiempo de la “desaparición de Mina ya casi al final del verano, ocurrió algo indescriptible.

¡Papa, papa¡ lo llame a voces, él estaba ayudándole hacer regueras al dueño de la huerta; mira es Mina.

Joder, exclamo mi padre, es verdad.

Pero si ya ha pasado más de un mes, le comento asombrado el labrador-cazador a mi padre, imposible, además la abandone a más de veinte km de aquí.

Es verdad, mírala, es ella, volvió a insistir mi padre.

Corrí como un loco hacia Mina, y una gran piedra debido a mi ofuscación se interpuso en mi camino, tropecé y caí; por mi cara se deslizaron unos pequeños hilos de lo que parecía ser sangre y un gran chichón se interpuso entre mis cejas y mi flequillo a lo tazón,  pero no le di importancia; estaba allí, era Mina; la abrace y la bese, y no desee soltarla.

Allí estaba ella, Mina; delgada, escuálida, estrecha, pálida, y con un conejo o liebre en la boca, yo a mi edad no sabía diferenciar.

¿Y ahora qué hago? ¡No la quiero¡ dijo el dueño  dirigiéndose a mi padre.

 Y yo al escucharlo, indiqué al instante

¿Me la puedo quedar yo, papa?

Claro que no, dijo.

Bueno, hacemos una cosa, me la quedo aquí pero es tuya, me respondió arrebujado  el dueño.

Mi júbilo se desbordo de nuevo, y como tenía en mis brazos a Mina y su conejo; la bese.

Biennnnnnnnnnnnnnnnnnnnnnnnnnnnnn, mi cara volvió a rebosar alegría

Después de ese verano me esperaba de nuevo Setiembre y la reanudación del curso.

……………..y pasaron los años, eso si, visitaba regularmente a” mi” perra.

Y cada verano veía a Mina y su dueño que rebosaban de una excelente salud, alegría desbordante y juegos inagotables.

Y eso me hacia feliz.

Y Mina ya no cazaba; y  no se despegaba del dueño, el que un día la abandono.

Pronto a finalizar mi etapa estudiantil, en una de mis vacaciones de Navidad, retorne de nuevo al pueblo.

Mi papa se dirigió a mí.

Sabes; me explicó, le han sucedido muchísimas cosas a mi amigo, todas muy tristes son largas de contar, enviudo, ahora está en una residencia, solo.

¿Y Mina, precipitadamente sonsaque yo?

Hicimos miles de gestiones, pero se la pudieron llevar, el no deseaba dejarla a nadie, nunca más la abandonaría, me prometió.

Mina se fue con ellos, con su mujer y el, pero este al poco tiempo enviudó y ahora  están los dos solos.

Mina  es muy mayor, pero está y vive con él, tiene un sitio predilecto en una habitación doble, para su galga.

Yo ya no era ningún barbilampiño, y me atreví a sugerir;

¿Podemos ir a verlos?

 En realidad a quien yo deseaba ver realmente era a Mina, ya hacía años que no la veía.

Y allí estaba, cojeando y renqueante, ya con más de trece años, al lado de su dueño como siempre, los dos paseando por los jardines de la residencia, los “ancianos” algunos viejos cazadores, se la rifaban para estar con ella, Mina era todo amabilidad y dulzura, ya con menos nervio, y carencia de pasión, pero igual de dulce y con la mirada similar de tierna; eso sí.

Nos contó el ya también anciano dueño, con lágrimas blancas surcándoles las ya arrugadas mejillas, que algunos compañeros suyos deseaban por las noches que les hiciese compañía en su habitación. Mina tozuda ella,  se “negaba”, nunca, ni una sola  noche había dejado de dormir junto a él.

Desde aquel ya antiquísimo día que Mina volvió, nunca se había separado de ella. Ni uno solo.

A los dos se le notaban ya los años. Aunque a ella no le faltaron las fuerzas para “abrazarme” nada más verme, como yo la había enseñado hacer..

 ¿Me haréis un gran favor? nos comentó en un momento un día de visita el dueño en mitad de una conversación.

Nos quedaremos con ella si le pasa algo; respondí al momento, ni lo dude, la perra recuerde; que me la regaló.

No es eso. Solo deseo que me enterréis con ella, a mi lado, en una urna, pero quiero reposar junto a ella. Mina nunca me abandonó; yo si lo hice, me he arrepentido toda mi vida, no deseo separarme de ella vaya donde vaya nunca más.

Hay alguna leyenda que se llama el arco iris o así, ya me falla la memoria; deseo estar allí con ella.

A los pocos días de mi ultima visita al pueblo recibí una llamada de mi padre.

Mina había muerto.

Su amigo también; solo pudo “aguantar “dos días después de hacerlo Mina; según me comento. la tristeza le consumió rápidamente.

Allá en el pueblo que nací los cementerios “cobran  vida”, de pequeño, en el día de todos los santos mientras mis padres rezaban, nosotros, mis hermanos y yo, nos dedicábamos a recorrer las diferentes tumbas para ver si conocíamos alguien, En la mayoría de las sepulturas se ponen  las diferentes fotos de  los que allí descansan eternamente.

La costumbre de mi infancia ha quedado “grabada” en mí, cuando vuelvo al pueblo y visito el cementerio, nunca dejo de visitar una tumba “característica”, por sus diferentes fotos. Allí está el, y al lado la foto de Mina, su adorada e inseparable perra, con un epitafio.  (Le había prometido que lo elegiría yo)

    Si creyera en la inmortalidad, creería que ciertos perros que conozco irían al cielo, y muy, muy pocas personas

James thurber

Cuando de nuevo vi a mi padre, le comente; sabes, vengo del cementerio, he estado viendo a tu amigo y a Mina……. ¿te puedo pedir un favor papa?

Yo deseo igualmente dormir un sueño eterno al lado de mi más fiel amigo; mi peludo.

Si llega ese momento te lo hare, ni lo dudes, contestó.

Gracias papa.                                                                                          

  Willy