Los zapatos de charol
Sus zapatos de charol
Cuando intenta abrir la cerradura de la casa del pueblo que le vio nacer, esta se abre con dificultad por el óxido acumulado entre sus bornes. Meses de descuido y desamparo sufridos. Un patio desangelado lo recibe, sin nadie que lo habite. Se respira tristeza. Atrás quedó el bullicio de antaño. El tiempo transcurre inapelable. Seguirá vacío y afligido, resignado a su inevitable destino. El olvido
Transita las habitaciones y en un recóndito rincón, adornado de telas de araña, reposa un baúl, superando el paso inalterable del tiempo. Sin quejas extemporáneos, ni aullidos de vaivén. En su interior, vestidos esponjosos y recuerdos atemporales, desprendiendo olor a naftalina. En una caja, recogidos, sus zapatos de charol.
Allí languidecen; agrietados y carcomidos. Los cordones aburridos. Los observa con sonrisa infantil que le trasladan a sus años de niñez. Los recuerdos le vuelven a aflorar.
En aquellas fechas, nunca se vistió de nazareno. Su entusiasmo era verlos recorrer las calles. No ir embutido en una túnica con un capirucho con paso bobalicón.
La noche con sus murmullos lejanos le entristece. Los años trascurridos vuelven a emerger. Pero una sonrisa aturdida retorna a su rostro cubierto de canas que le recuerdan que ya paso el tiempo de inocencia.
Pero cada año en días de penitencia, el estrenaba sus zapatos de charol.
Todo era bullicio en la azotea de la casa humilde y del patio triste que lo recibió. La harina y el azúcar se entremezclaban entre los dedos inquietos de los hermanos, para concluir con una masa de sabor a iglesia y procesión.
Y se acercaban los días previos a la Semana Santa. Era tiempo de torrijas, orejas de fraile y roscautrera. Era tiempo de pasión.
. El domingo de ramos, -el de “la borriquilla-, las calles se inundaban de palmas. Era día de nervios, repeinarse, y estreno de zapatos de charol.
Y relucían paso tras paso, despertando miradas ocultas de niños que relumbraban con trajes y alas de ángeles, acompañando con caras inocentes al Señor de la borriquilla.
Su rostro inocente con ojos hipermétropes auscultaban todo con ilusión.
Y explosionaba la noche del jueves santo con la procesión de “los coloraos”. Y el viernes con la de los blancos. El sábado con la del silencio. El Domingo era día de oración.
Tiempo de recogimiento, semana de compasión.
Y los recuerdos maduraron, pero pervivieron y se hicieron eternos, en estos nuevos tiempos de recogimiento y cercanos a la vejez.
Y atrás quedaron los años de sonrisa beatifica, inocencia concebida y maldad por conocer.
Y de continuo las lágrimas le afloraban, sin permiso, arrebujandose con estrechez Recuerdos de unos tiempos añorados de recogimiento y de ilusión. De harina, azúcar, aceite y dulces a mogollón.
Madrugadas de procesiones. Carreras con un destino. Estrenos sin estribillo y sonrisas de; ¡niño, ven y ven ¡
Cierra el baúl con sus recuerdos.
Y la casa volverá a un sueño eterno. Como todos los que en ella existieron, y ya forman parte de un descanso perpetuo. Ellos, con sus sonrisas afables y un humor inalterable. No gustaban de despedidas estridentes, ni lloros inoportunos.
Y la vida ya pasó. Y a él, las canas perennes se le engarzaron, como justamente manda, la sagrada y arraigada tradición.
Manu$ Willy