Tal vez sea posible

 

Tal vez sea posible

 

Me decía un amigo mío hace solo unos días que su afección vino sin avisar, y creía que para quedarse.

 Y yo no supe que decirle.

 Solo noté que, al instante, algo atravesó mi estómago tranquilo.

 Hoy, reposando en mi mullido sillón vuelvo a centrar mis pensamientos en mi amigo.

 Ya no me queda tiempo para convertirme en escritor, le conteste en la lejanía. Solo soy un   simple escribidor, como me llamo a mí mismo, de relatos cortos y cuentos efímeros. Pero le   ganaré la partida a tu enfermedad y publicaré antes de que te de alcance, suspiré con esperanza.  

 

Y cuando lo consiga, pues espero adelantarme a esa visita inesperada en tu vida, y al tiempo inmisericorde que no se detiene, te regalaré mi libro.

Y cuando un día, alguien pueda leer mis historias, sabrán que eran solo cuentos susurrados a los oídos de las hadas, confesándoles lo que pienso de ellas. Lo que me han enseñado a lo largo de mi ya larga y saturada vida. Les diré también, que a veces, este regalo del que ALGUIEN nos hizo gozar, es muy breve, y que deberían alargarlo para completar y escribir todos nuestros sueños. Una vez terminados, podríamos marcharnos en silencio.

Y un día aciago y no muy lejano, mi amigo me corroboró entre un dolor sincero y una verdad tremenda, que le estaba venciendo la enfermedad. Que esta era desesperadamente más fuerte que él y que había renunciado a seguir luchando.

Y escuchándole mi llanto se volvió acorde con mi tristeza.

Mi sillón ya no me parece tan blando.

Cerrando los ojos, vuelvo a charlar con mis hadas favoritas. Y entre murmullos les cuento, que durante el camino recorrido he envidiado a personas por su gran corazón y por su buen hacer, y que uno de ellos era mi amigo Molina.

Como decía Franklin:

La tragedia de la vida es que nos hacemos viejos demasiado pronto y sabios demasiado tarde.

 

Miro hacia atrás, e intento alargar el tiempo y recordar cómo me enseñaron a caminar personas, que ya se alejaron para siempre de mi lado. Mis progenitores. Mis profesores me instruyeron. Y amigos indiscutibles que, recordando nuestra ya alejada juventud, brindamos por seguir viéndonos y provocar a la vida, para que nos siga ofreciendo amor y salud. Todos ellos, almas blancas, que me enseñaron a amar, e intentar vivir esta vida regalada, sin causarle perjuicio por diversión, a ningún ser vivo.

“Ama y serás querido, haz daño y te odiaran, allá donde vayas. Y no dudes que volveremos a vivir, en otra alma, en otro cuerpo, pero seguiremos eternamente”. Nos comminaba un profesor, en mis años de peque, con la mejor de sus sonrisas. Una de las, a veces rutinarias tardes de invierno en aquella escuela de carabanchel que marcó nuestro devenir posterior.

Y vuelvo a recordar, los paseos con mi amigo por esa escuela militar, que nos unió. Hoy teñida de gris, y esperando su derrumbe. Pero incrustada en la memoria de los que allí moldeamos nuestra juventud, y nos seguimos negando a olvidar.

No temas los errores. Saborea el fracaso. Continúa avanzando.

 

Y regreso a desempolvar el diario de mis años de escolapio. Y releo esos recuerdos, que algún día volverán a aflorar a mi mente, y los reescribiré con la objetividad que atempera la existencia, de una vida, ya casi concluida, pero deseosa de seguir siendo vivida.

Y un zumbido remolón recorre mis oídos. Y entorno mis ojos cansados.

 

Trabaja como si fueras a vivir cien años. Reza como si fueras a morir mañana.

 

Y seguiré, con mi lucha diaria de convertirme en ese escritor que después de años esperándolo, aunque lo hizo a destiempo, por fin, el gusanillo fluyó de mi interior.

 Ahora, me toca suplicar a la vida, que me deje espacio para acabar lo que deseo. Dejar   plasmado en unas líneas, todas mis remembranzas, casi olvidadas. Que la vida me dé   permiso para seguir.

 Esta noche sublime, la luna se me aparece centelleante, evapora fuego, y mi sillón resuena a   tristeza.

 El abatimiento se apoderó de mí. Mi amigo se fue, abatido, dejó de luchar. El padecimiento   lo estrujó con fuerza traicionera, y lo derrotó sin darle tregua. Aunque todavía no era su   tiempo. Pero a veces la inescrutable vida no nos pide permiso. Y sembramos desdicha, tribulación y nostalgia a nuestro alrededor.

 

Y así he intentado vivir, y lo sigo haciendo. Nunca alejado del dolor, la desesperanza y a veces cerca de la muerte. He sufrido tantas desventuras, que miro a mi alrededor, y mis lágrimas se vuelven a derramar. Se fueron tantos…Ya, me siento solo.

 

A ti, que te fuiste con una sonrisa de esperanza, pero sin decirme adiós.

Mientras, yo seguiré escribiendo, si la vida me concede el beneplácito de seguir haciéndolo.      

                

A ti, mi compañero y amigo Nano: volveremos a vernos.

 

Manu & Willy