Tiempos de vendimia

 

Tiempos de vendimia

Después de incontables años vividos y algunos también sufridos, cuando visita de nuevo el pueblo que le vio nacer y empieza a vislumbrar las primeras construcciones, reduce la velocidad y sus ojos se  humedecen recordando aquel rio, hoy seco y plagado de hierbajos faltos de humedad. Allí, junto a los talleres, bajo un cobertizo lo distingue lleno de herrumbre, parece estar esperando ser de nuevo útil. El remolque, junto a un destartalado tractor.

 A veces se arrima a algún recoveco, junto al rio, que los hombres posiblemente por descuido,   no han atiborrado de hormigón y se sienta a recordar. Y la ve a ella y se ve a sí mismo con  ese flequillo y gafas de nácar.  Y rememora sus ansias de besar de antiguos tiempos. En su   rostro se dibuja una media sonrisa  melancólica.

Y recuerda aquella frase de Jorge Manrique: “Cualquier tiempo pasado fue mejor”.

Se llamaba Mari Carmen y el rio fue el primer testigo de su recordado amor juvenil. Lo vivieron entre juncos, maleza y pececillos despistados de ojos saltones, que entre tallos, plantas y varas parecían  espiarles.  

Y pasados los años, el espejo le devuelve la misma sonrisa melancólica, Y vislumbra unos ojos hipermétropes y unas canas deprimidas. Nada es igual, todo está envejecido, menos los recuerdos que siempre persistirán mientras la salud le deje y así Dios lo disponga.

Y rememora aquellas noches de vientos calmados, de estrellas azulinas. Y recuerda a esa niña que fué fuente de sus primeros suspiros, junto aquel rio de aguas transparentes. 

Y compartían un helado de bombón camino del rio. Y él le "susurraba”; Multipliquemos nuestro amor y se acercaba a ella para que sus labios rozasen sus mejillas.

Y ella se separaba: “Quita, quita, ¿Oye y eso de multiplicar que es?”

Y sentados junto al rio le contestaba. “Pues que todos los días desearía verte”.

Es tiempo de vendimia. Veremos a mi padre en cualquier momento subido a su remolque. He de estar en casa antes que llegue. Vayámonos.

Y ese intento de beso se quedaba diluido eternamente entre las aguas cristalinas del rio, siempre satisfechas de su lento discurrir. Y los peces  se alejaban decepcionados de no ver prosperar ese amor tempranero, que podía haber sido, y   que nunca fue.

 Aquel rio, antaño de aguas translúcidas y hogaño vaciado de esperanza, que discurría a las   afueras del pueblo, fue el testigo de las primeras ilusiones de un niño que deseó, y   firmemente  buscó, ese beso, que continuamente se le negó.  El cual añorado, siempre   recordó. Ahora ya con el tiempo olvidado, ese beso solo cree que en sueños lo alcanzó.

Ya con el pelo blanquecino, cuando llega el tiempo de vendimia, desea inmortalizar aquella época de niño, las caminatas hacia el rio, sus aguas transparentes y el remolque al atardecer.

Aquel niño de flequillo al viento, y gafas de nacar ahora ya anda camino de la vejez.

Manu & Willy