Un hombre solo.

 

 

Jamás me derrumbaré, como no lo hice en aquellos años de juventud ultrajantes para mí. Pero interminablemente seguiré preguntándome el porqué.

Las Palmas. Años ochenta. 

El mayor don de una persona es el amor, y vosotros  estáis llenos de odio y moriréis forrados de él.

La noche es triste, especial para soñar y recordar, unos recuerdos amargos, pero llenos de humildad, de antipatía hacia seres ya partidos.Pero de perdón, sin resentimiento ni aversión. 

Barbilampiño, pero ya adornaba trinchas en mis hombros. Y seguí con ellas después de cumplir el sueño que siempre había tenido. Ingresar en la Policía. Y me creí afortunado, iba a pisar las islas del mismo nombre.

Hace ya años, ya soy mayor,  me encerraron a la fuerza en una celda.   Al momento en esa soledad me imagine que era un ermitaño, a los dos días de mi “estancia” llena de dolor por todavía no entender nada, me tupieron las ventanas. “sueña con la luz del sol, me chillo mi carcelero”. Este era un hombre ignominioso, infame,  malvado.

Eran otros tiempos, cosechas de penurias sufrimiento y acoso.

 No vi el resplandor del astro durante más de sesenta días, solo me “indultaban” una hora, la de la comida y   este acariciaba mi tez de corcho con subliminal rabia.

 Cuando me ennoblecía mirándolo con mis ojos entornados para no dañarlos, era en “compañía” de  un   hombre pesaroso. Su misión, vigilarme a la hora de la comida. Eramos tres, el “otro” un Z-70 que   “arrastraba” forzado en su hombro  continuamente detrás de mí. – Ten cuidado con el fusil, por favor-. De   mi retiro forzoso deseaba salir con vida. A veces temí realmente no  conseguirlo.

 Y en aquellas jornadas interminables, soñé con recuperar mi libertad. Recordé aquel párrafo del Quijote que   un día haya por mis años mozuelos, recostado bajo la sombra de un olivo aprovechaba para leerlo.

“La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad así como por la honra se puede y debe aventurar la vida, y, por el contrario, el cautiverio es el mayor mal que puede venir a los hombres.

Aquellas oscuridades eran tristes y  eternas. Litera estaba “llena” de vida y fogosidad. Ellos eran los únicos que me acompañaban, seres diminutos y alegres, disfrutando de mi “amable” y despoblado destierro. Tinieblas  sombrías, que me hacían “reír” y pensar, que aquello no sería eterno.

Y no lo fué.

Aquellas noches llenas de sombras soñé con mi libertad. Seguiria luchando por ella sin violencia, pero con pasión, sin odio pero tampoco olvido. Con vehemencia pero sin rencor.

Ahora, con el tiempo ya cansado encima de mí, recuerdo sin olvidar, que aquellos fueron años de lucha y de pasión, de odios, de tristezas, de caminos sin fin y de esperanzas por llegar.

  Y entre aquella soledad innoble recorrida de sombras y congoja empezaron a surgirme lo que mi profe de geografía allá en mi niñez llamaba “los surcos de san Pedro”. Estos ya se quedaron y nunca me abandonarían.

Corrían los años setenta, años convulsos, de cambio, de ruindad, de cloacas, de malicia, de  lujuria mal entendida, de ojos malvados y rencores atrasados, eran años para temer, tiempos para esconderse.

Imberbe y sin cumplir los ahora añorados veinte, queriendo cambiar el mundo.

Hoy en día con la serenidad y el sosiego  que da el tiempo transcurrido, con el odio ya trasnochado, intento, miro y decido “juzgar” a mis verdugos de aquellos años. Con toda la equidad que dan las canas que ya afloran en mi ajadas mejillas, cuando estas se reflejan en el espejo. Me devuelve este una cara ya cansada, llena de recuerdos, pero todavía con los mejores años por acontecer.

M abuelo sabio el, soplaba y me decía; Manolillo; Esto es la vida.

Y no entendía nada, hoy en día aflorando recuerdos, se lo que me quería transmitir.

La vida, es un soplo.

Y ya casi ese soplo está llegando a su fin y por eso no me atrevo a calificar, atribuir ni reputar, ni nunca lo hare, a los que me extrajeron años de mi juventud, el gozo de querer y tiempo para soñar.

Hubo un espacio que odie. Los mas  quise extinguir a los que me causaron ese daño atroz. Ahora con la tranquilidad y el sosiego del tiempo pasado, pienso que lo mejor es olvidar, arrinconar  y perdonar. Eran, otros tiempos, convulsos, mediocres, atroces.

Pero el tiempo nunca se detuvo y los recuerdos perduraron. A veces el odio carcomía y este es cruel y a ciclos deje de vivir, solo me dedique a  existir.

Y deje con tristeza ese espacio de luz y de vida y transcribí recuerdos a otros lugares y empecé a querer y soñar de nuevo, y desterré mis lloros, deseché rencores.

 Pero a veces el miedo y la tristeza se adueñaban de mí. Y conocí otros mundos y recorrí el rencor y   soñé con odios y viví destrozos y  me imbuí de sangre, y recordé la luz. Y empecé de nuevo a     “vivir”.

 Odio nunca, recuerdos intranquilos eternos

 Miro a Willy y lo exhorto a dormir. Y el feliz, en su mundo. Me mira y se tumba.

Y la noche me invita a seguir.

Pero esa será otra separada, llena de más empatía que esta que queda atrás.

Los recuerdos y las alimañas vuelven y empiezan de nuevo aflorar.

Manu & Willy